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martes, 19 de abril de 2016

Laponia 2016 - Conociendo la nada.

Seis de la mañana. Abro los ojos. Ayer fue un día largo, algo cansado, poco dormimos.

Miro por la ventana. Blanco, blanco, blanco y más blanco. Las cantidades ingentes de nieve por los tejados, por el suelo, por los árboles, por los postes de luz y por cualquier espacio al que mis ojos alcanzan a ver me acaban de situar. Estamos en Laponia y la aventura empieza hoy. ¡Por fin!


Seis años llevo escuchando historias. Seis años viendo fotos de los viajes de David Casalprim a estas gélidas tierras blancas. Seis años que se trasladan a hoy.


Hoy por fin puedo sentir que me espera una semana donde junto a Hugo, Beatriz, Rosa, Luis y David recorreremos en las Surly fatbikes y una moto de nieve como vehículo de apoyo las tierras más al norte de Finlandia. Rumbo al 69⁰ Norte.

Nuestro reto, 250 kilometros en bicicleta, todos y cada uno de ellos situados por encima del llamado círculo polar ártico. Nuestro objetivo primordial, rodar  y disfrutar cada pedalada en un paisaje que puede ser tan bonito como duro. Nuestra meta, lejana por el momento.


Inspiro. Me digo a mi mismo que lo has conseguido. Estás aquí Juan. El primer paso lo has logrado. ¿Será el difícil? Arranca y lo descubrirás.


Ingenuo. Creíste que lo difícil era llegar y Laponia sin titubeos, sin esperar, sin racionar te ha dado una bofetada con la cual has despertado. Aquí tienes tu primera mañana donde el disfrutar queda en el olvido. Reemplazándolo todo por problemas, que más tarde serian apreciados como aprendizajes encima de una moto de nieve, pero que en este justo momento son eso, problemas. No poder  arrancar la moto, perder unas maletas, equivocarme de camino, cortar una carretera, parar el tráfico, escuchar gritos de una finlandesa que como mínimo estaba maldiciendo a dos o tres generaciones de mi familia, encallar la moto en una subida, no llegar a tiempo al primer punto de encuentro. Uno tras otro, sin pedirlos, sin quererlos. El único consuelo, uno tras otro resuelto.


El único hasta que después de comer empiezo a pedalear. El ruido se vuelve silencio. Los nervios se vuelven tranquilidad. La soledad se vuelve compañía.


Compañía que siguen pedaleando, más callados que habladores ya que las fuerzas van desapareciendo. Pasan factura las horas de viaje del día anterior. Tanto como la nieve y su estado, dificultando un rodar agradecido.


Las horas pasan y la moto, esta vez en manos de David, vuelve a aparecer. No hay más remedio. La pronta noche nos busca una excusa obligada a la par que agradecida para dejar de pedalear. Completamos esta primera etapa subidos todos en la moto.

Observo como cenamos, mirando las caras del equipo no hay duda. Laponia nos ha mostrado su cara dulce a la par que ruda, haciéndonos saber que esta aventura será sorprendente pero de ninguna forma será un paseo.


Exige, por lo tanto, descansar todo lo que podamos. Aprovechar cada asiento, cama o tabla para recuperar energías. Eso sería lo lógico. Lo sería pero ha aparecido la Aurora Boreal ante nuestros ojos dudosos. Esos ojos que ven lo que ya conté en el post –Noches con la Aurora Boreal-.


Amanece despejado. Raro, muy raro que Laponia nos trate tan bien. Un sol espléndido acompaña a una temperatura fría pero agradable.


Tras un kilómetro de carretera nos adentramos en un paisaje de cuento. Arboles con sombreros blancos, suelos con nubes de algodón. Lagos congelados y llanuras infinitas que atravesamos a golpe de pedal. Poco a poco todo desaparece. Se nota que nos acercamos a la tundra por la cada vez más notoria ausencia de naturaleza.


Maravillados llegamos al último tramo de la etapa. Diez kilometros de carretera congelada que en situaciones normales no supondrían ningún obstáculo.

Nos mostramos confiados. Nos movemos más ágilmente. Parte del equipo desaparece tras un ritmo imposible de seguir. Las horas pasan. La parada para reponer fuerzas pasó y ya queda lejos. El agua que descongelamos se agota. 


Seguimos avanzando con el sol de cara, a veces subidos en las bicicletas, a veces andando y empujando nuestro caballo de ruedas gigantes.

Una barrita de cereales. Puede que así engañemos al estómago en este tramo que se convierte en infinito. Puede que así podamos completar este reducido infierno antes que la noche vuelva a ser protagonista y el helado frío se deje notar.

Desolados. Dos horas, ciento veinte minutos para recorrer diez kilometros de carretera. Oculto tras el agotamiento un aprendizaje muy valioso. Nunca le volveremos a perder el respeto a un tramo del camino.


Solo así, con respeto y esfuerzo, llegamos al ecuador de la ruta en el tercer día. Consciente de valorar lo que estoy viviendo, sorprende que uno de los momentos más mágicos del viaje ocurra cuando no hay nada a mi alrededor. No hay nada más que nieve y cielo. No lo puedo evitar. Apago la moto y dejo que me invada el absoluto silencio. Solo ante la nada. Solo.


No me olvido. Debo ir al encuentro del equipo, adelantado por su pronta marcha. Hoy no hay posibilidad de pérdida. No hay intersecciones, solo una línea recta guiada por los postes con cruces de madera que indican que el suelo bajo la nieve es de tierra. Extraña tensión aún sin el menor riesgo cuando los palos no llevan cruces. El suelo, en esos momentos, bajo esta capa enorme de nieve y hielo es agua.


A su encuentro sus caras lo dice todo. A pesar de las horas sobre las bicicletas están encantados, impresionados, alucinados.


Disfrutan, se esfuerzan, pero nos vemos obligados a replantear la duración de esta etapa. Nos encontramos en un tramo donde la moto de nieve solo puede ir en un sentido. Debemos ahorrar combustible. Estamos a tres días de la próxima  población, no hay ninguna gasolinera, no hay ningún medio de obtener más. Somos nosotros y nuestros recursos para atravesar una de las zonas más inhóspitas del planeta.


Tan inhóspita que la noche es alumbrada por nuestros frontales en la pequeña cabaña acondicionada con una mesa, dos literas, una estufa, un cazo para derretir nieve y madera gentileza de la buena organización finlandesa.


Despertar apretado, suelos de mochilas, paredes de abrigos, mesas de cacharros y seis personas combinando movimientos estratégicos para recoger, desayunar y salir en un día donde Laponia y su tiempo típico ya se empieza a dejar ver.


El termómetro ya está siempre más cerca del -10 que de los 0 grados. Aunque cansados ya todos estamos concienciados a lo que nos enfrentamos otro día más. El maquillaje ha desaparecido, las normas sociales imperantes en la cómoda ciudad se han olvidado. La aventura ha asalvajado un comportamiento que pocos afirmarían que podrían llegar a tener. Las prioridades han cambiado.


Nuestro ritmo constante. Nos distraen por momentos grupos de trineos de perros. Aventureros que deciden conocer estos parajes en otros medios más tradicionales. Muchos nos miran sorprendidos. Algunos no pueden  evitar pararnos para comentar nuestras extrañas monturas.


Primer día donde parece que le hemos tomado un poco la medida a esta aventura. Nuestra llegada, por un día, es anterior al atardecer.


Curiosa mi imagen. El helado frío en combinación con mi respiración, mi barba y el buff que me protege se han convertido en uno, creando la imposibilidad de quitármelo y la curiosa estalactita de mi barbilla.


Respiro, quiero que se detenga el tiempo. Queda una etapa. Quedan tan solo 63 kilometros para Kilpisjärvi, nuestra meta. 


La etapa más larga, el madrugón más severo. No ha amanecido que el equipo ya marcha. Laponia ya se muestra tal y como nos habían contado. Frío y sensación térmica de -29 grados.


Hoy no está permitido parar. Hoy no hay donde refugiarse. Las paradas son de escasos minutos. Hoy si paras, te congelas.


Llevo cuatro días viendo paisajes alucinantes. Cada día sorprendiéndome más. Y hoy el último día creía que nada abriría mis parpados al cien por cien. Estaba totalmente equivocado. Me estoy moviendo por un espacio que recuerda a fotografías vistas de la Antártida. Valles rodeados de montañas heladas. Niebla que ciega mi visión. Vientos que me desplazan sin remordimientos. Hoy vivo Laponia en su estado puro.


Me pellizco. ¿De verdad estoy aquí?. Parado en el punto donde ya hemos decidido que no se podía más. No puedo evitar quitarme las gafas de ventisca para ver realmente la tonalidad del blanco más blanco que he visto en mi vida. Impresionado y cautivado por vivir esta experiencia.


Decidimos parar sí. Quedan quince kilometros de nieve que no permite avanzar. No sabe mal. De una o de otra forma hemos realizado una ruta que se ha grabado en nuestros recuerdos.

Intensos días. Intensa convivencia. Intensa experiencia.

Llegamos. Reímos cansados. Cenamos sabiendo que toca empezar a volver.

Brindamos. Lo hemos conseguido. Lo hemos vivido…


Para los curiosos:

Algunos me preguntan si me encanta pasarlo mal, si me gusta sufrir, o si no me canso de padecer.

No lo puedo evitar, son las consecuencias que me permiten sentirme vivo.