Escucho ruidos. Al darme la vuelta observo que estoy solo en la tienda y al fijarme en el reloj descubro
que solo ha pasado una hora y poco desde que cerré los parpados. Dos coches han
llegado. Yossef, el amigo de Rosa, aparece en este recóndito lugar con un
amigo, con el jefe de policía y otras dos personas más que al parecer buscan a
otros desaparecidos. Al no poder contactar con ellos no han parado hasta
encontrarnos.
Las disculpas y agradecimientos por nuestra parte se cruzan entre
comprobaciones, traducciones y comunicaciones por walkie talkie por parte suya.
Estamos bien, queremos quedarnos, descansar y en unas horas seguir con la ruta
para salir de esta zona sin causar más problemas. Una idea que al parecer a los
militares que la guardan y que están al otro lado del aparato no se les antoja
agradable. David y Rosa intentan razonar, argumentar, pedir que nos permitan
transformar nuestra idea en realidad, pero me toca volver a las tiendas a
avisar a los demás que irremediablemente debemos levantar el campamento.
Resurgen las energías dándome otra vez mi cuerpo una lección de aguante. El
mío y el de todos los presentes que desmontan tiendas, trasladan mochilas, suben
y atan bicis, organizan como pueden espacios para trasladarnos a todos a un
lugar más "seguro" por recomendación de las autoridades.
Me toca viajar en el maletero junto a Yussef, acurrucados y casi sin
posibilidad de movernos por la cantidad de equipaje que llevamos junto a
nosotros. A veces me pregunto si es realidad o un sueño esto que está pasando,
ya que el surrealismo sobrepasa los niveles lógicos cuando una columna
vertebral de dromedario se abalanza sobre mi incesantemente.
Tres horas en esa posición. Los calambres en las piernas y los golpes de mi
espalda con el duro metal me despiertan de las pocas cabezadas que me rindo a
dar. Mientras, veo que la situación del equipo no es nada más optimista. Rosa,
Bea, Hugo y Enric comprimidos, por no decir aplastados, se comparan en completo
silencio con el jefe de policía que va cómodamente durmiendo delante de ellos
arropado con una manta. David y Ana pasan a la esfera de superhéroes para mi,
David por conducir sin rendirse, Ana por no rendirse a dormir.
Aparecen las primeras luces del día cuando llegamos a Hassilabiad.
Recordamos paulatinamente como las articulaciones de nuestro cuerpo funcionan
al bajar de los coches escuchando los chasquidos de nuestros huesos. Me despido
de la columna vertebral del dromedario, descubriendo que es un objeto
significativo para el dueño del vehículo mientras entramos al albergue donde
trabaja Yussef.
Las horas y lo vivido exigen un cambio de planes en nuestra programación.
Nos damos las buenas noches mirando el cielo azul entre risas y cansancio.
Cierro los ojos orgulloso de este equipo que se supera, se adapta y se permite
encontrar los detalles positivos de un momento que nunca olvidaremos.
Ciento cincuenta minutos, es lo que quedamos en descansar. Me encuentro a
Bea, Hugo y David en la azotea, admirando el brutal cambio de paisaje.
Las dunas de Merzouga, cercanas que casi las puedo tocar, hipnotizan mi
mirada, sensación muy parecida a cuando miro el mar. Desayunamos por duplicado
entre visitas de policías que vienen a comprobar que todos estamos bien. Más
que repletos y recompuestos "comenzamos" este día trasladándonos,
algunos en bici y otros en el coche, al albergue de Ali el cojo.
La tranquilidad con la que nos tomamos el día hace que casi sin darme
cuenta el sol se sitúa en lo más alto y empieza su tímido descenso. David no se
olvida que el coche necesita de su conocimientos y ayuda tanto como nosotros
necesitamos de el para proseguir al día siguiente. Ha aguantado toda la noche
sin quejarse, ahora es tiempo de dedicarle un momento de atención.
Los demás, sin Rosa que se ha ido con Yussef, nos convertimos en niños y
nos calzamos como zapatos nuevamente las enormes ruedas de las fatbikes.
Arena, arena y más arena. Por fin hemos llegado a uno de los momentos más
impresionantes de este viaje. Las dunas de Erg Chebbi se convierten en un
parque temático con tantas atracciones que nadie tiene que esperar para
disfrutar.
Trepamos por sus crestas, dejando una huella física que el fino viento
borrará antes de que se apague este día. Nos lanzamos por sus toboganes,
dejando una huella personal en nosotros que perdurará en el tiempo.
Nos movemos en un instante único, por las dunas y por nosotros. Mañana no
seremos los mismos, ni ellas ni nosotros. Los vientos nos mueven sigilosamente
y, aunque imperceptible muchas veces, cambiamos constantemente tanto ellas como
nosotros.
Volvemos. A nuestra llegada, sea la hora que sea, nos ofrecen el rico y
azucarado té marroquí. Tiempo de charla y anécdotas por Said, hermano del
propio Ali el cojo.
Al atardecer nos juntamos nuevamente todos en un paisaje donde el bello
amarillo se convierte en un cálido rojo. Las cómodas dunas nos proporcionan las
butacas perfectas para contemplar la ocultación del sol.
Tarde para el día y temprano para la noche los minutos despierto de hoy
llegan a su fin. El bolígrafo me pide dormir a mi lado en esta inmensa cama.
Acepto encantado ya que tras esta noche y este día todos necesitamos descansar.
Hasta mañana viajeros :)