Grita el
viento. La luz del sol aparece iluminando la confortable habitación.
Mi esterilla ha perdido como ya es habitual todo el aire aunque hoy
no importa. La fina arena me transmite la suficiente comodidad para
no evitar los intensos segundos al desperezarme.
Respiro
profundamente sintiéndome otra vez en medio de la nada mientras
compruebo que todo, absolutamente todo lo que no estaba metido en la
tienda tiene arena. Desayunamos intentando no masticarla. Recogemos
consiguiendo que ninguna tienda se vuele y se pierda en este, a
primera vista, solitario paisaje.
Hoy nos dividimos. Por un lado Ana y David se van con el vehículo de apoyo. Tienen que encontrar gasolina, trasladar el remolque al último alojamiento, encontrar la forma y los medios para reparar la fuga de aceite del diferencial y por último, y más vital, regresar a nuestro encuentro en otro punto de este inmenso y árido desierto. El resto del equipo nos preparamos para realizar la ruta sin asistencia durante unas cuantas horas. Comida, agua, crema solar, herramientas.
Parada
obligada. Negocios que durante el paso de los años sobreviven.
Minerales, fósiles, adornos. Símbolos de otra cultura y otro
territorio tan diferente a lo que con normalidad ven nuestros ojos.
Respeto por una vida tan dura, colaboramos y proseguimos.
A cada cruce
nos reagrupamos. Evitamos largas rectas donde el final parece
incierto a cambio de más toboganes que nos acercan a las faldas de
las montañas que se muestran portentosas a nuestra izquierda. El
desgaste se va haciendo presente en algunos, otros lo disimulamos.
Preguntas de por qué elegimos esta ruta son contestadas cuando
nuestros ojos presencian precipicios que nos permiten conocer la
inmensidad del mundo.
Dejamos
atrás horas y energías. Nuestro ritmo se ralentiza pasando
escasamente de los cinco kilómetros por hora. Hoy el esfuerzo y
voluntad tienen nombre de Rosa, que ante la imposibilidad de pedalear
camina y camina venciendo a todo pensamiento negativo que podría
hacerla desesperar. Aprovechamos para ponernos al día, contarnos
confidencias, sincerarnos, entretenernos, reírnos.
Cada paso se
vuelve importante. Cada zancadilla evitada una batalla ganada. La
comida y el agua empiezan a ser escasos y aunque estamos cerca del
punto programado es muy raro que el coche de apoyo con Ana y David no
aparezca cuando el sol ya está de bajada.
Ningún
rastro. Nada a la vista que indique que algún vehículo viene a
nuestro encuentro. Empieza a atardecer. El poco agua que nos queda la
empezamos a racionar. Son muchas, muchas horas las que han pasado
desde que nos separamos cuando llegamos al punto fijado y en él solo
hay arena y piedras.
Decidimos
seguir avanzando por la pista. El nerviosismo se palpa en el grupo
ante una situación que empieza a ser inquietante. Por fin, o más
bien por Bea que en su momento invirtió en su móvil, tenemos algo
de cobertura. Del otro lado ni Ana ni David contestan, no tienen
señal, por lo que podrían estar a horas de distancia o tras la
curva donde ya nuestros ojos pierden de vista el camino. Nos
encontramos ante el debate de seguir avanzando o quedarnos quietos y
seguir intentando la comunicación. La noche se hace presente y con
ella el frío.
Decidimos no
perder la posibilidad de comunicarnos mientras algunos nos colocamos
los frontales para tener algo de luz. Ante preguntas me niego a
suponer nada, confiando en que están resolviendo cualquier percance
y pronto llegarán, aunque al no ser adivino apoyo la decisión de
llamar a Youssef, un amigo de Rosa, para comunicarle nuestra
situación.
Sin agua,
sin casi comida, sin ropa de abrigo, sin ningún punto donde
refugiarnos aguardamos noticias de Youssef, que hace más de una hora
despidió la comunicación con un tranquilizador "Dejarme que
haga un par de llamadas".
Las noticias
no son alentadoras. El acceso a dónde nos encontramos está
restringido militarmente durante la noche por ser zona fronteriza.
Necesitan los datos de todos, incluso los desaparecidos Ana y David
para tramitar una denuncia y así poder venir en nuestra búsqueda.
Sedientos y algo hambrientos aceptamos mientras caminamos como un
tren de luciérnagas en esta cerrada noche.
El viento
nos da un respiro. Nos entretenemos tímidamente observando la
multitud de estrellas. Cierto lo que cuentan de las noches del
desierto, aunque hoy nuestras miradas acaban agachadas, acurrucadas
sobre las ruedas de las bicicletas, en circulo, sensibles al saber
que algún día nos reiremos recordando esta noche.
Luces. Dos
luces posiblemente de un coche se acercan a lo lejos. Tras cuatro
horas inmersos en la noche gritamos de ilusión. Movemos los
frontales, apartamos las bicicletas del camino. Queremos creer que
son nuestros amigos y en cuanto se acercan descubrimos que lo son.
Abrazos y pelos de punta al sentir que todos estamos bien. Ellos
preocupados por nosotros, nosotros preocupados por ellos.
David y Ana
nos esperan más delante sin saber que nuestro ritmo había sido
menor. Rosa, Bea, Hugo, Enric y yo les esperábamos antes sin saber
que una zona de arena y dunas les había tenido retenidos más de
tres horas.
Arañamos el
suelo para retirar la mayoría de las piedras para montar el
campamento allí mismo. Preparamos algo de cena caliente mientras
Rosa y Bea intentan localizar a Yossef para decirle que ya nos hemos
encontrado. Ahora son ellos los que no dan señal.
La última
confesión del día es que el vehículo de apoyo vuelve ha estar
dañado. Te dejo descansar ya bolígrafo. Lo necesitamos todos.
Hasta mañana
viajeros :)
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