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miércoles, 19 de abril de 2017

Hasta la Puerta del Sahara - Diario de una aventura - Día 3

Grita el viento. La luz del sol aparece iluminando la confortable habitación. Mi esterilla ha perdido como ya es habitual todo el aire aunque hoy no importa. La fina arena me transmite la suficiente comodidad para no evitar los intensos segundos al desperezarme.


Respiro profundamente sintiéndome otra vez en medio de la nada mientras compruebo que todo, absolutamente todo lo que no estaba metido en la tienda tiene arena. Desayunamos intentando no masticarla. Recogemos consiguiendo que ninguna tienda se vuele y se pierda en este, a primera vista, solitario paisaje.


Hoy nos dividimos. Por un lado Ana y David se van con el vehículo de apoyo. Tienen que encontrar gasolina, trasladar el remolque al último alojamiento, encontrar la forma y los medios para reparar la fuga de aceite del diferencial y por último, y más vital, regresar a nuestro encuentro en otro punto de este inmenso y árido desierto. El resto del equipo nos preparamos para realizar la ruta sin asistencia durante unas cuantas horas. Comida, agua, crema solar, herramientas.


Pista ancha, rodadora durante kilómetros y kilómetros. La multitud de toboganes nos divierten a algunos y desesperan a otros. Subimos y bajamos a la par que el viento y su intensidad nos enseña los dientes o nos palmea la espalda. Nos concedemos paradas para esperar, para admirar, para comer, para conocer.


Parada obligada. Negocios que durante el paso de los años sobreviven. Minerales, fósiles, adornos. Símbolos de otra cultura y otro territorio tan diferente a lo que con normalidad ven nuestros ojos. Respeto por una vida tan dura, colaboramos y proseguimos.


A cada cruce nos reagrupamos. Evitamos largas rectas donde el final parece incierto a cambio de más toboganes que nos acercan a las faldas de las montañas que se muestran portentosas a nuestra izquierda. El desgaste se va haciendo presente en algunos, otros lo disimulamos. Preguntas de por qué elegimos esta ruta son contestadas cuando nuestros ojos presencian precipicios que nos permiten conocer la inmensidad del mundo.


Dejamos atrás horas y energías. Nuestro ritmo se ralentiza pasando escasamente de los cinco kilómetros por hora. Hoy el esfuerzo y voluntad tienen nombre de Rosa, que ante la imposibilidad de pedalear camina y camina venciendo a todo pensamiento negativo que podría hacerla desesperar. Aprovechamos para ponernos al día, contarnos confidencias, sincerarnos, entretenernos, reírnos.


Cada paso se vuelve importante. Cada zancadilla evitada una batalla ganada. La comida y el agua empiezan a ser escasos y aunque estamos cerca del punto programado es muy raro que el coche de apoyo con Ana y David no aparezca cuando el sol ya está de bajada.


Ningún rastro. Nada a la vista que indique que algún vehículo viene a nuestro encuentro. Empieza a atardecer. El poco agua que nos queda la empezamos a racionar. Son muchas, muchas horas las que han pasado desde que nos separamos cuando llegamos al punto fijado y en él solo hay arena y piedras.


Decidimos seguir avanzando por la pista. El nerviosismo se palpa en el grupo ante una situación que empieza a ser inquietante. Por fin, o más bien por Bea que en su momento invirtió en su móvil, tenemos algo de cobertura. Del otro lado ni Ana ni David contestan, no tienen señal, por lo que podrían estar a horas de distancia o tras la curva donde ya nuestros ojos pierden de vista el camino. Nos encontramos ante el debate de seguir avanzando o quedarnos quietos y seguir intentando la comunicación. La noche se hace presente y con ella el frío.


Decidimos no perder la posibilidad de comunicarnos mientras algunos nos colocamos los frontales para tener algo de luz. Ante preguntas me niego a suponer nada, confiando en que están resolviendo cualquier percance y pronto llegarán, aunque al no ser adivino apoyo la decisión de llamar a Youssef, un amigo de Rosa, para comunicarle nuestra situación.


Sin agua, sin casi comida, sin ropa de abrigo, sin ningún punto donde refugiarnos aguardamos noticias de Youssef, que hace más de una hora despidió la comunicación con un tranquilizador "Dejarme que haga un par de llamadas".


Las noticias no son alentadoras. El acceso a dónde nos encontramos está restringido militarmente durante la noche por ser zona fronteriza. Necesitan los datos de todos, incluso los desaparecidos Ana y David para tramitar una denuncia y así poder venir en nuestra búsqueda. Sedientos y algo hambrientos aceptamos mientras caminamos como un tren de luciérnagas en esta cerrada noche.

El viento nos da un respiro. Nos entretenemos tímidamente observando la multitud de estrellas. Cierto lo que cuentan de las noches del desierto, aunque hoy nuestras miradas acaban agachadas, acurrucadas sobre las ruedas de las bicicletas, en circulo, sensibles al saber que algún día nos reiremos recordando esta noche.

Luces. Dos luces posiblemente de un coche se acercan a lo lejos. Tras cuatro horas inmersos en la noche gritamos de ilusión. Movemos los frontales, apartamos las bicicletas del camino. Queremos creer que son nuestros amigos y en cuanto se acercan descubrimos que lo son. Abrazos y pelos de punta al sentir que todos estamos bien. Ellos preocupados por nosotros, nosotros preocupados por ellos.

David y Ana nos esperan más delante sin saber que nuestro ritmo había sido menor. Rosa, Bea, Hugo, Enric y yo les esperábamos antes sin saber que una zona de arena y dunas les había tenido retenidos más de tres horas.

Arañamos el suelo para retirar la mayoría de las piedras para montar el campamento allí mismo. Preparamos algo de cena caliente mientras Rosa y Bea intentan localizar a Yossef para decirle que ya nos hemos encontrado. Ahora son ellos los que no dan señal.

La última confesión del día es que el vehículo de apoyo vuelve ha estar dañado. Te dejo descansar ya bolígrafo. Lo necesitamos todos.

Hasta mañana viajeros :)

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