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jueves, 27 de abril de 2017

Hasta la Puerta del Sahara - Diario de una aventura - Día 4

Escucho ruidos. Al darme la vuelta observo que estoy solo en la tienda y al fijarme en el reloj descubro que solo ha pasado una hora y poco desde que cerré los parpados. Dos coches han llegado. Yossef, el amigo de Rosa, aparece en este recóndito lugar con un amigo, con el jefe de policía y otras dos personas más que al parecer buscan a otros desaparecidos. Al no poder contactar con ellos no han parado hasta encontrarnos.

Las disculpas y agradecimientos por nuestra parte se cruzan entre comprobaciones, traducciones y comunicaciones por walkie talkie por parte suya. Estamos bien, queremos quedarnos, descansar y en unas horas seguir con la ruta para salir de esta zona sin causar más problemas. Una idea que al parecer a los militares que la guardan y que están al otro lado del aparato no se les antoja agradable. David y Rosa intentan razonar, argumentar, pedir que nos permitan transformar nuestra idea en realidad, pero me toca volver a las tiendas a avisar a los demás que irremediablemente debemos levantar el campamento.


Resurgen las energías dándome otra vez mi cuerpo una lección de aguante. El mío y el de todos los presentes que desmontan tiendas, trasladan mochilas, suben y atan bicis, organizan como pueden espacios para trasladarnos a todos a un lugar más "seguro" por recomendación de las autoridades.

Me toca viajar en el maletero junto a Yussef, acurrucados y casi sin posibilidad de movernos por la cantidad de equipaje que llevamos junto a nosotros. A veces me pregunto si es realidad o un sueño esto que está pasando, ya que el surrealismo sobrepasa los niveles lógicos cuando una columna vertebral de dromedario se abalanza sobre mi incesantemente.

Tres horas en esa posición. Los calambres en las piernas y los golpes de mi espalda con el duro metal me despiertan de las pocas cabezadas que me rindo a dar. Mientras, veo que la situación del equipo no es nada más optimista. Rosa, Bea, Hugo y Enric comprimidos, por no decir aplastados, se comparan en completo silencio con el jefe de policía que va cómodamente durmiendo delante de ellos arropado con una manta. David y Ana pasan a la esfera de superhéroes para mi, David por conducir sin rendirse, Ana por no rendirse a dormir.

Aparecen las primeras luces del día cuando llegamos a Hassilabiad. Recordamos paulatinamente como las articulaciones de nuestro cuerpo funcionan al bajar de los coches escuchando los chasquidos de nuestros huesos. Me despido de la columna vertebral del dromedario, descubriendo que es un objeto significativo para el dueño del vehículo mientras entramos al albergue donde trabaja Yussef.


Las horas y lo vivido exigen un cambio de planes en nuestra programación. Nos damos las buenas noches mirando el cielo azul entre risas y cansancio. Cierro los ojos orgulloso de este equipo que se supera, se adapta y se permite encontrar los detalles positivos de un momento que nunca olvidaremos.


Ciento cincuenta minutos, es lo que quedamos en descansar. Me encuentro a Bea, Hugo y David en la azotea, admirando el  brutal cambio de paisaje. Las dunas de Merzouga, cercanas que casi las puedo tocar,  hipnotizan mi mirada, sensación muy parecida a cuando miro el mar. Desayunamos por duplicado entre visitas de policías que vienen a comprobar que todos estamos bien. Más que repletos y recompuestos "comenzamos" este día trasladándonos, algunos en bici y otros en el coche, al albergue de Ali el cojo.


La tranquilidad con la que nos tomamos el día hace que casi sin darme cuenta el sol se sitúa en lo más alto y empieza su tímido descenso. David no se olvida que el coche necesita de su conocimientos y ayuda tanto como nosotros necesitamos de el para proseguir al día siguiente. Ha aguantado toda la noche sin quejarse, ahora es tiempo de dedicarle un momento de atención.
Los demás, sin Rosa que se ha ido con Yussef, nos convertimos en niños y nos calzamos como zapatos nuevamente las enormes ruedas de las fatbikes.


Arena, arena y más arena. Por fin hemos llegado a uno de los momentos más impresionantes de este viaje. Las dunas de Erg Chebbi se convierten en un parque temático con tantas atracciones que nadie tiene que esperar para disfrutar.



Trepamos por sus crestas, dejando una huella física que el fino viento borrará antes de que se apague este día. Nos lanzamos por sus toboganes, dejando una huella personal en nosotros que perdurará en el tiempo.



Nos movemos en un instante único, por las dunas y por nosotros. Mañana no seremos los mismos, ni ellas ni nosotros. Los vientos nos mueven sigilosamente y, aunque imperceptible muchas veces, cambiamos constantemente tanto ellas como nosotros.



Volvemos. A nuestra llegada, sea la hora que sea, nos ofrecen el rico y azucarado té marroquí. Tiempo de charla y anécdotas por Said, hermano del propio Ali el cojo.


Al atardecer nos juntamos nuevamente todos en un paisaje donde el bello amarillo se convierte en un cálido rojo. Las cómodas dunas nos proporcionan las butacas perfectas para contemplar la ocultación del sol.



Tarde para el día y temprano para la noche los minutos despierto de hoy llegan a su fin. El bolígrafo me pide dormir a mi lado en esta inmensa cama. Acepto encantado ya que tras esta noche y este día todos necesitamos descansar.

Hasta mañana viajeros :)

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