Rara vez, desde niño, he sentido
que el desierto es lo que ahora veo y siento. Películas, con multitud de minutos
grabados en mi retina, generando una idea de espacio inquietante donde nada
bueno puede pasar. Arena, sol, hambre, serpientes, sequía, escorpiones, sed,
soledad. Quien me iba a decir que años más tarde descubriría que es un tipo de paraíso.
Mientras observo como el sol se
levanta iluminando a un centenar de dromedarios que se mueven a sus anchas por
el eterno Sahara, pienso que algún conocido al que se lo cuente no me creerá,
bien es cierto que hay experiencias que solo cuando las vives descubres que son
tan sabrosas como un fresco zumo natural de fresas, naranjas y plátanos.
El grupo se divide, dos
bicicletas son cargadas en el coche de apoyo, ya que Ana y Enric se quedan
disfrutando y conociendo unos días más este entorno. Los demás comienzan a pedalear,
en todos antes de marchar se construye la idea de regresar.
La emoción hoy está servida con
un toque de angustia. Me toca aprender a conducir a marchas forzadas por una
zona de varios kilómetros de pequeñas dunas. Los surcos realizados por enormes
ruedas me hacen entender que el truco para no encallar está en mantener el
coche acelerado, jugar con el embrague en alguna ocasión y mantener el volante
firme con la sutil delicadeza de dejarme llevar en vez de forzar un giro a mi
juicio.
Sorpresa cuando Ana, Enric y
Mustafa aparecen montados en un gigante de esos que juguetea allá por donde le
place creando huellas del tamaño de canales. Momento didáctico cuando la enorme
criatura, atrapada en el tejado de la duna, se revuelve nerviosa resoplando
arena, esperando la ayuda de tres diminutos aprendices del desierto.
Suerte la nuestra al coincidir y
poder visitar la escuela y la asociación IGHARMAN, mujeres que crean bellas obras de
arte para ayudar a su pueblo a base de lana natural. Alfombras, felpudos, pañuelos y detalles que
compramos sin intermediarios destripadores. Aquí ya si nos despedimos de Ana y
Enric, nuestro destino se separan, el nuestro es el mismo que la salida de
ayer, aunque hoy iremos por otro camino.
Alucino con seguir descubriendo
paisajes impactantes que muestran notorias diferencias en tan pocos kilómetros.
Rosa decide acompañarme y con ella nos separamos del grupo para descargar en
destino y comprar pan. Por prisa que nos damos, en el punto de encuentro
hacemos esperar.
No puedo evitar sonreír al poder
formar parte de estos viajes donde la intensidad crea lazos de amistad. Miro
con envidia sana a Hugo, Bea y David al verles pedalear, me observo conduciendo
por las pistas del antiguo Dakar junto a Rosa, me recuerdo que el presente es
lo único que puedo aprovechar.
¿Aprovechamos o necesitamos todo
el día para completar lo programado? Observando las imágenes, las dunas de
fondo, el suelo negro colorado, el polvo a nuestro paso, creo fielmente que
movernos entre el atardecer nos tiene a todos enamorados.
La luna nos acuna dándonos las
buenas noches, imagino su beso al cerrar los parpados.
Hasta mañana viajeros : )
No hay comentarios:
Publicar un comentario