Madrugamos. La cama prometía
comodidad y no ha defraudado. Descansado y con todo organizado
puntual bajo a desayunar con todo el equipo.
Conocemos a Ibrahim.
Conductor simpático y atento que nos invita a acomodarnos a parte
del equipo en su taxi. Nos esperan 400 kilómetros desde Fez hasta el
pueblo de Boudnid. El viaje será un buen comienzo para ir
descubriendo parte de los contrastes, reales o imaginarios, de este
inmenso país. Más hoy que el cielo permanece nublado y ante la
sorpresa de todos comienza a cubrirse el parabrisas del coche con las
primeras gotas de una lluvia que nos acompaña durante kilómetros.
El paisaje, las casas, la
dejadez cambian rotundamente cuando llegamos a La Provincia de
Ifrane. Conocida como la Suiza marroquí, ostenta en palabras de
algunos el título de la ciudad más cara de todo Marruecos. Rodeada
de bosques, carreteras perfectamente asfaltadas, aceras construidas,
casas acabadas con tejados inclinados, policías en numerosas calles.
Nadie diría que esto es Marruecos, nadie al ver los grandes palacios
tanto del rey como de sus amigos, nadie que crea que este país es seco y sé este empapando de agua de lluvia.
Los kilómetros y las horas
pasan, el cielo se abre al igual que los paisajes, la lluvia se
queda en un recuerdo. La música marroquí de Ibrahim suena en
nuestro silencio convirtiendo este momento en una sensual y autentica
inmersión.
Decidimos por fin parar
a estirar las piernas en lo que es una típica estación de
servicios. Gasolina, algo parecido a un lavadero, algo que se puede
intuir como un taller, un bar y una carnicería con piezas de carne
colgadas al aire libre. Compleja sencillez. Pides en la carnicería,
lo cocina el chico encargado de la brasas y te lo comes en el bar.
Tras ocho horas para recorrer
cuatrocientos kilómetros llegamos a Boudnid. Hugo, Bea y un servidor
nos alegramos por la llegada, porque el momento de coger las
bicicletas se acercaba, por todo lo que habíamos visto, por... dejar
de escuchar esa música, que al principio era sensual y tras cinco
horas se ha convertido en un pequeño y fino taladro.
A nuestra llegada nos
encontramos con Rosa, la última integrante del equipo en aparecer en
escena, o la primera según se mire ya que lleva en Marruecos una
semana. Sus amigos, demostrando la hospitalidad marroquí nos hacen
sentir acogidos invitándonos a un té con dulces. Las horas que nos
aprietan hacen que David y yo nos saltemos parte de esa invitación
para preparar todo el material.
Ante la atenta mirada de los
niños y niñas del pueblo desmontamos las fatbikes del remolque, nos
aprovisionamos de comida y agua, ajustamos la bicicleta a cada
integrante del equipo y tras la foto de rigor, con parte del pueblo, sonrientes salimos hacia nuestro destino de hoy mientras el sol va
desapareciendo coloreando la tierra por la que rodamos.
Escuchamos el contacto de los
neumáticos, más ruidosos que cuando pisan nieve. Nos vemos igual de
diminutos ante tal inmensidad. La noche cae y aunque aguantamos sin
encender los frontales hasta el kilómetro dieciocho necesitamos de
ellos para poder seguir avanzando hasta el punto programado, para
algunos un punto cualquiera del desierto.
Nos abrigamos para
deleitarnos con la aparición de las primeras estrellas a ritmo de
pedalada. El viento empieza veloz a soplar como algunos ratoncillos
del desierto pasan veloces delante de nuestras ruedas.
David que va delante de
nosotros con el coche de apoyo está detenido. Al acércanos y verle
como está sacando arena de las ruedas nos hace saber que la parada
no es voluntaria. Noche cerrada, el viento que sopla cada vez más
fuerte y nuestro vehículo de transporte de material y emergencias
atrapado.
No hay más opción que
intentar sacarlo para poder seguir. La primera opción la fuerza
bruta. El equipo en el morro del coche empujando incesante y
repetidas veces. Las zapatillas de todos empiezan a
cubrirse de arena irremediablemente. David al volante jugando
hábilmente con el acelerador y el embrague cuando veía que el resto
apretábamos los dientes. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete
intentos hasta que por fin el coche no necesita de nuestra ayuda.
El equipo detenido,
expectante, presencia una imagen al más puro estilo Dakar cuando
David atraviesa esa trampa con una mezcla de nerviosismo y
adrenalina. Seguimos. Quedan pocos kilómetros para el punto
programado.
Montamos el campamento.
El viento convierte el montaje de las tiendas Vaude en una labor de
equipo. El día se va acabando para nosotros mientras cenamos pasta
deshidratada para entrar en calor. Sorpresa cuando recordamos que más
o menos llevamos la misma ropa que en Finlandia.
Antes de acostarnos. Antes de
sentarme conmigo mismo a escribir estas palabras David me comenta que
el coche pierde aceite del diferencial y queda menos combustible del
esperado. Inquietantes noticias que mañana descubriremos como
resolver.
Hasta mañana viajeros :)
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