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martes, 11 de abril de 2017

Hasta la Puerta del Sahara - Diario de una aventura - Día 2

Madrugamos. La cama prometía comodidad y no ha defraudado. Descansado y con todo organizado puntual bajo a desayunar con todo el equipo.


Conocemos a Ibrahim. Conductor simpático y atento que nos invita a acomodarnos a parte del equipo en su taxi. Nos esperan 400 kilómetros desde Fez hasta el pueblo de Boudnid. El viaje será un buen comienzo para ir descubriendo parte de los contrastes, reales o imaginarios, de este inmenso país. Más hoy que el cielo permanece nublado y ante la sorpresa de todos comienza a cubrirse el parabrisas del coche con las primeras gotas de una lluvia que nos acompaña durante kilómetros.


El paisaje, las casas, la dejadez cambian rotundamente cuando llegamos a La Provincia de Ifrane. Conocida como la Suiza marroquí, ostenta en palabras de algunos el título de la ciudad más cara de todo Marruecos. Rodeada de bosques, carreteras perfectamente asfaltadas, aceras construidas, casas acabadas con tejados inclinados, policías en numerosas calles. Nadie diría que esto es Marruecos, nadie al ver los grandes palacios tanto del rey como de sus amigos, nadie que crea que este país es seco y sé este empapando de agua de lluvia.



Los kilómetros y las horas pasan, el cielo se abre al igual que los paisajes, la lluvia se queda en un recuerdo. La música marroquí de Ibrahim suena en nuestro silencio convirtiendo este momento en una sensual y autentica inmersión.


Decidimos por fin parar a estirar las piernas en lo que es una típica estación de servicios. Gasolina, algo parecido a un lavadero, algo que se puede intuir como un taller, un bar y una carnicería con piezas de carne colgadas al aire libre. Compleja sencillez. Pides en la carnicería, lo cocina el chico encargado de la brasas y te lo comes en el bar.



Tras ocho horas para recorrer cuatrocientos kilómetros llegamos a Boudnid. Hugo, Bea y un servidor nos alegramos por la llegada, porque el momento de coger las bicicletas se acercaba, por todo lo que habíamos visto, por... dejar de escuchar esa música, que al principio era sensual y tras cinco horas se ha convertido en un pequeño y fino taladro.


A nuestra llegada nos encontramos con Rosa, la última integrante del equipo en aparecer en escena, o la primera según se mire ya que lleva en Marruecos una semana. Sus amigos, demostrando la hospitalidad marroquí nos hacen sentir acogidos invitándonos a un té con dulces. Las horas que nos aprietan hacen que David y yo nos saltemos parte de esa invitación para preparar todo el material.


Ante la atenta mirada de los niños y niñas del pueblo desmontamos las fatbikes del remolque, nos aprovisionamos de comida y agua, ajustamos la bicicleta a cada integrante del equipo y tras la foto de rigor, con parte del pueblo,  sonrientes salimos hacia nuestro destino de hoy mientras el sol va desapareciendo coloreando la tierra por la que rodamos.


Escuchamos el contacto de los neumáticos, más ruidosos que cuando pisan nieve. Nos vemos igual de diminutos ante tal inmensidad. La noche cae y aunque aguantamos sin encender los frontales hasta el kilómetro dieciocho necesitamos de ellos para poder seguir avanzando hasta el punto programado, para algunos un punto cualquiera del desierto.


Nos abrigamos para deleitarnos con la aparición de las primeras estrellas a ritmo de pedalada. El viento empieza veloz a soplar como algunos ratoncillos del desierto pasan veloces delante de nuestras ruedas.


David que va delante de nosotros con el coche de apoyo está detenido. Al acércanos y verle como está sacando arena de las ruedas nos hace saber que la parada no es voluntaria. Noche cerrada, el viento que sopla cada vez más fuerte y nuestro vehículo de transporte de material y emergencias atrapado.


No hay más opción que intentar sacarlo para poder seguir. La primera opción la fuerza bruta. El equipo en el morro del coche empujando incesante y repetidas veces. Las zapatillas de todos empiezan a cubrirse de arena irremediablemente. David al volante jugando hábilmente con el acelerador y el embrague cuando veía que el resto apretábamos los dientes. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete intentos hasta que por fin el coche no necesita de nuestra ayuda.

El equipo detenido, expectante, presencia una imagen al más puro estilo Dakar cuando David atraviesa esa trampa con una mezcla de nerviosismo y adrenalina. Seguimos. Quedan pocos kilómetros para el punto programado.

Montamos el campamento. El viento convierte el montaje de las tiendas Vaude en una labor de equipo. El día se va acabando para nosotros mientras cenamos pasta deshidratada para entrar en calor. Sorpresa cuando recordamos que más o menos llevamos la misma ropa que en Finlandia.


Antes de acostarnos. Antes de sentarme conmigo mismo a escribir estas palabras David me comenta que el coche pierde aceite del diferencial y queda menos combustible del esperado. Inquietantes noticias que mañana descubriremos como resolver.

Hasta mañana viajeros :)

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