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jueves, 4 de mayo de 2017

Hasta la Puerta del Sahara - Diario de una aventura - Día 5

Pura definición de tranquilidad, es lo que siento al pasear por el albergue a primeras horas de la mañana. Lo único que me impide escuchar el silencio son mis propios pasos. Somos pocos, nosotros y cuatro personas más las que nos encontramos desayunando a la par que disfrutamos de viajar en otro momento al general.

Volvemos a inflar las ruedas de las bicicletas, mientras observo que pocas son las nubes que hoy nos darán sombra, en una de las etapas más largas del viaje, donde dejaremos atrás las dunas de Err Chebbi para rodar rumbo al sur hasta el destino que da nombre a esta real historia.

El equipo sonríe animado mientras se mezcla la crema protectora con los últimos preparativos para volver a lo programado. La intensidad de esta aventura tiene la virtud de trasladar  a la lejanía lo vivido en el inmediato ayer, convirtiendo los minutos en horas, las horas en semanas.


A las puertas del albergue disimulo la gota de nerviosismo que está creciendo en mi cuando despido al equipo y los veo alejarse con las imponentes dunas de fondo. Mi plan hoy es diferente, toca conducir el vehículo  de apoyo por las carreteras y pistas de este hermoso, enigmático y sorprendente país. Aunque, respirando profundamente me digo a mi mismo que lo que menos quiero hoy son sorpresas que tenga que resolver solo.

Arranco, meto primera, acelero dirección a la aventura. Salgo airoso de echar gasolina y comprar los turbantes más coloridos que he podido encontrar. Lo celebro como grandes victorias de un visitante que por pereza, negación, trabajo y algo de falta de interés no aprovechó esas clases de francés que la vida le puso en bandeja.


Conduzco tranquilo, observo el paisaje, gestiono atento lo que me pueda venir por delante, por detrás, por un lado o por el otro. Me veo seducido por un detalle que no había contemplado hasta este mismo instante. La ilusión abarrota mi cuerpo, me olvido por completo de esa gota nerviosa, cuando me da por pensar que es la primera vez que estoy conduciendo un coche por Marruecos, es más, estoy conduciendo por primera vez por un continente diferente a Europa. Sonrío apretando los dientes agradeciendo las oportunidades que me da la vida o que me busco yo para saciar mi sed de descubrir.


Descubro como el equipo pedalea a lo lejos, paralelos a la carretera por donde voy, en dirección a un destino que entre medias tiene a 1850 coches 4L, conducidos por estudiantes universitarios de media Europa que participan en un rally, creando una polvareda infernal. Cuando yo estudiaba y donde yo estudiaba no había esta clase de optativas.


Se suceden los kilómetros, el calor se incrementa, los paisajes cambian sin dejar atrás el componente común, la aridez. Les pierdo la pista por momentos, recuperándola en la intersección en la que la intuición me hizo volver. Llegamos a Taouz todos juntos, donde la visita al artesano de los fósiles comienza con el ritual del té. Nos abre la puerta de su casa, la bondad y la hospitalidad prevalecen.



Con el último sorbo nos invita a conocer su oficio. Una ruta por los diferentes procesos que sigue un fósil hasta poder verlo reluciente. Todo lo hace el, busca los fósiles en las montañas, los transporta hasta su casa, los selecciona, los corta, los pule… Un proceso que endurece sus manos por sus rudimentarias herramientas. Cuidadoso con sus dedos yo no me puedo creer que todavía los conserve todos con los medios que tiene. Tiempo, trabajo, sudor, mucho sudor para realizar una pieza, una vida entera para todo lo que tiene en su tienda. Por ello, ni ganas de regatear nos queda cuando cada uno elegimos que parte de su gran trabajo nos llevamos a casa.



Seguimos pedaleando y conduciendo. Disfrutamos de una etapa llena de otros paisajes, otros desiertos, iguales de vivos siendo tan diferentes. A veces vamos todos juntos, a veces se crea distancia. Cada uno con su ritmo, cada cual en su momento.




Me adelanto. Pocos son los árboles que decidieron vivir aquí, generosos sin pedir nada cambio nos ofrecen una sombra donde refugiarnos del sol. Valoro el detalle, tanto como las sonrisas de los valientes que se atreven con este desafío al recibirlos con gajos de naranja para sus resecas gargantas.



El terreno se vuelve más gris, más polvoriento, más negro, más pedregoso. Recorremos un paraje natural que más parece una cantera. Las nubes que decoran el cielo son traídas por un viento frio que por el momento el sol contrarresta.



Queda más cerca el anochecer que el amanecer, cuando felices y sonrientes posamos para la foto junto al cartel que anuncia nuestro destino. Doce kilómetros, que bien la experiencia nos dice que no subestimemos.


La conducción se vuelve más exigente, las pedaladas se vuelven más duras. El paisaje vuelve a cambiar para darnos a pisar más arena, dura o blanda al acercarnos a Ouzina. Disfruto como un chaval al ver superado retos en el camino que me han hecho tragar saliva al enfrentarme a ellos.




El atardecer vuelve nuevamente mágica nuestra llegada al punto más al sur de este viaje. Mustafá nos acoge como amigos en el albergue con el mismo nombre que nuestro destino. Cenamos, reímos, escuchamos música en directo, comentamos lo vivido.



Un trato exquisito para acabar este día sin incidencias, sin problemas. Ya tocaba solo preocuparse por disfrutar. Mañana comenzamos la vuelta. Mañana ya se verá.

Hasta mañana viajeros : )

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